viernes, 9 de abril de 2010

Caminando por la Gran Muralla China



La majestuosidad de la Gran Muralla China te deja sobrecogido. Pensar que el hombre ha sido capaz de construir una muralla de casi 9.000 kilómetros de longitud por encima de colinas, valles y montañas resulta muy difícil de asumir. Cierto que cuando visitas esta maravilla de la Humanidad (resultó elegida, como no podía ser de otra manera, como una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno) sólo ves una parte, y la mejor conservada, en la zona de Badaling, a unos 80 kilómetros de Beijing. Pero te basta para dejar volar la imaginación y soñar cómo será el recorrido de esos más de 8.800 kilómetros de muralla defensiva.



Pero volviendo a la realidad, la visita al tramo de Badaling es una excursión turística pura y dura. A pesar de que esto es China, las atracciones para los visitantes no difieren mucho de las de otros países en teoría más occidentalizados. Aunque te imagines a soldados chinos de la dinastía Qin, Ming o Han haciendo guardia en la barrera arquitectónica, cuando llegas y ves las hordas de turistas, los puestos de souvenirs e imitaciones, las barracas de comidas y demás shows que rodean los accesos a la muralla, te das cuenta de que hace tiempo que el glamour desapareció de estos lares. Soldados hay, pero sólo dan algo de colorido a la atracción.



Si consigues abstraerte de los cientos de visitantes que suben, bajan, se fotografían, hacen el payaso y todo lo que se te pueda ocurrir, el lugar es fantástico. Cuando lo visitamos en 2004 una bruma similar a la que suele cubrir ciudades como Beijing y Shanghai reinaba en el lugar, concediéndole un ambiente aún más especial. Accedías a la muralla tras superar montones de puestos en los que era difícil no caer en la tentación (nos trajimos dos North Face por 40 euros que nos han dado un servicio que ni te quiero contar). Una vez en la explanada de entrada, la guía nos dio los tickets y a disfrutar de esta maravilla.



Tras esquivar a varios domingueros, llegamos a la calzada de la muralla. A ambos lados monte que se erguía hasta el horizonte y al fondo un sinfín de subidas y bajadas, rectas y curvas por las que caminar. Paralelo a la muralla discurría un teleférico, pero no era plan de ahorrarse la caminata, porque es de las que se disfrutan. Una buena ayuda para el que no pueda subir, aunque parezca que le quita seriedad, hay que pensar en todo el mundo. Una buena idea.



Tras varios minutos de caminar, con sus consiguientes paradas para fotos, llegas al punto más alto, poco más de mil metros sobre el nivel del mar, y ahí hay un puesto donde te sacan la típica foto que acredita que has visitado The Great Wall, te sellan pasaportes, te venden camisetas de 'Estuve en la Gran Muralla China' y no te facturan un pedazo de milagro. Pero desde ahí hay unas vistas espectaculares del conjunto. Esto no hace falta ni recomendarlo porque por algo es una de las Siete Maravillas, ¿no? Se vende sola.

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