lunes, 8 de marzo de 2010

La tranquilidad extrema de las Islas Orcadas

En junio de 2004 visitamos Escocia, un lugar que siempre nos había llamado poderosamente la atención. La espectacularidad de sus paisajes había funcionado como imán hacia uno de los dos miembros de la pareja, mientras el otro, menos convencido, afirmaba: "Si es como Asturias, todo verde". Pronto se tragaría sus palabras y admitiría lo erróneo de sus prejuicios. En este post os contaremos nuestra excursión hasta las Islas Orcadas, un lugar que se sale un poco de los circuitos habituales, pero que nos resultó hipnotizador.


Ver mapa más grande

Tuvimos que madrugar mucho para recorrer los 200 kilómetros que separaban Inverness, en esos momentos nuestro centro de operaciones en la zona, de John O'Groats, lugar desde el que zarpaban los ferrys hacia las Orkney. Nuestra anfitriona en el 'bed and breakfast', una entrañable anciana, nos aconsejó ir lo antes posible para tomar el primer ferry, pero la sorpresa llegó cuando alcanzamos el puerto. Sólo quedaba un ferry y el que nos quedaría de regreso lo hacía dos horas después de que llegásemos a las Orcadas. Un viaje absurdo, ya que no podíamos hacer noche en las Orcadas porque teníamos reservado el alojamiento en Inverness.



Cuando veíamos que la excursión se nos iba al garete, se nos encendió la bombilla. Una compañía de ferries menor también cubría el trayecto. Nos dirigimos a su muelle. El siguiente salía dos horas después, pero regresaba más tarde, permitiéndonos unas siete horas de excursión. Y el traslado era más barato. Salvados por la campana.

Decidimos ocupar esas horas en ver John O'Groats, un pueblo turístico en el amplio sentido de la palabra, con los peligros que eso conlleva, y los acantilados de Duncansby Head, una maravilla de la naturaleza, con esos picachos sobresaliendo de mar.



Cubierto el tiempo de espera con estas visitas, nos dirigimos al ferry, subimos el coche y disfrutamos de una plácida travesía hasta las Islas Orcadas, durante la cual pudimos observar la belleza del Pentland Firth, una suerte de fiordo que existe camino de estas islas.


La primera impresión que nos llevamos al llegar a las Orcadas fue de una tranquilidad inmensa. Un sitio de ésos con los que sueñas para tomarte un tiempo de reflexión lejos del bullicio y el stress. Un manto verde, extenso, plano, que invita a la tranquilidad. Nos recordó a cierta parte de Islandia que habíamos visitado un verano antes y por la localización de ambos sitios alguna conexión geográfica seguro que tienen.


Sin tiempo para recrearnos en esa calma, cogimos el coche y nos dirigimos a los dos yacimientos arqueológicos más destacados de las islas: Maes Howe, una cámara funeraria del 2700 a.C., y Skara Brae, una aldea que data del 3100 a.C. Vamos, que las habían construido el día anterior. Esta última, situada junto al agua, resultaba un lugar idílico para vivir.


A continuación nos dirigimos a la principal población de la isla, Kirkwall, una agradable localidad, en el que el tiempo parece que transcurre más lento que en otras poblaciones occidentales, o por lo menos sus habitantes lo saborean más. Aparte de su calidad de vida, en Kirkwall cabe destacar la catedral de St. Magnus, de una piedra rojiza espectacular.

Con tiempo para detenerse en mitad de la campiña para disfrutar de ese aire purísimo y ese silencio majestuoso, iniciamos el regreso hacia Stromnes, donde debíamos tomar el ferry de vuelta tras una jornada que nos había cundido muchísimo y de la que habíamos disfrutado a tope.


Sin embargo, ahí no acababa la aventura. De regreso a John O'Groats aún debíamos de cubrir los 200 kilómetros de vuelta a Inverness cuando observamos el depósito del coche. No había suficiente carburante como para llegar y recordé lo que me habían dicho en España algunos compañeros que se habían visto en esa tesitura: "No apures la gasolina que hay pocas estaciones de servicio y cierran pronto". Basta que te avisen para que te suceda. Iniciamos el descenso hacia Inverness confiando en encontrar una gasolinera. Pero la única que vimos había cerrado hacia tiempo. Levantamos el pie del acelerador, dejamos caer el coche, pero nos veíamos haciendo noche en el coche cuando a la derecha, iluminada por una llamarada de las que salían de los pozos petrolíferos que circundan esa carretera, surgió una estación de servicio. A toda velocidad nos dirigimos hacia ella. Casi le damos un beso al operario, que, una vez llenado nuestro depósito, apagó las luces y cerró el establecimiento. Por los pelos.

Al llegar a Inverness, ya de madrugada, nuestra anfitriona, la adorable anciana que nos recordaba a Sofia Petrillo, la de las Chicas de Oro, nos confesó que había estado muy preocupada por lo que tardábamos. Pues anda que nosotros...


Ahí os dejamos el álbum de la excursión:
La tranquilidad extrema de las Islas Orcadas

No hay comentarios:

Publicar un comentario