domingo, 21 de febrero de 2010

Truculenta llegada a Osaka

Nuestro primer contacto con Japón no pudo ser más truculento. Después de descifrar el plano del tren en el aeropuerto de Kansai (Osaka), nos subimos al tren camino de la localidad nipona donde haríamos noche. Íbamos tan tranquilos charlando cuando de repente el tren pegó un frenazo tremendo, sonó un ruido como de piedras saltando y se apagaron las luces. ¿Qué habrá pasado? Algo dijeron por la megafonía, pero como para entenderlo.


A nuestro lado iban una pareja que regresaba de un viaje por Estados Unidos (el marido, muy sonriente en la foto, nos enseñó todo el álbum que había tirado en sus vacaciones, imaginaos cómo sería de enorme siendo japonés) y dos jóvenes que trataron de indicarnos lo que había sucedido. Al contrario de otros países, los jóvenes son un desastre con el inglés (sí, ya sé que no es bueno generalizar) y te entiendes algo mejor con los mayores. A duras penas entendimos que alguien se había arrojado a las vías cuando pasaba el convoy. Hay que recordar que Japón es famoso por su alto nivel de suicidios relacionados con la presión profesional a la que están sometidos, el honor y el orgullo heridos por algún fracaso y otros motivos que es llevan a estar en lo más alto de esta triste lista.


Se nos quedó un cuerpo que os podéis imaginar. Sin embargo, nuestros compañeros parecían estar acostumbrados a estas situaciones y nos sonreían, llamaron a nuestro hotel para advertir que llegaríamos tarde, nos enseñaron sus fotos de vacaciones, nos dieron su tarjeta de visita... vamos, la cortesía oriental llevada al extremo. Al menos así pasamos el trago mejor.

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