Llegamos al lugar tras atravesar una maltrecha carretera de tierra a cuyos lados se hacinan casuchas y chabolas llenas de polvo. Aún es peor la situación de los que viven fuera del agua. Una vez que nos bajamos del coche de nuestro guía (un fan de Julio Iglesias, marido de una de las camareras de nuestro hotel y a su vez trabajador de otro hotel, que se gana su dinero extra con estas excursiones), toca subirse a una barca que atraviesa la entrada a la laguna recorriendo un colegio flotante donde los niños se afanan por meter alguna canasta en el improvisado patio. Cuando la delgada lengua de agua se ensancha para mostrarnos la laguna en todo su esplendor, el corazón se te encoge. Las casas se mueven con el evidente riesgo de venirse abajo, mientras algunos niños metidos en cajas que hacen las veces de canoas, te piden algo mientras tratan de remar con sus manos.
Este es otro claro ejemplo de la realidad camboyana. Aquí brillan por su ausencia los vestigios del pasado, los templos de raíces entrelazadas, los restaurantes de cinco tenedores y con estrellas de la Guía Michelín, los hoteles de lujo que flanquean la llegada a Siem Reap desde el aeropuerto... Esto es Camboya.
Por cierto, si alguien piensa que no nos gustó este país por estos posts, que se lo quite rápidamente de la cabeza. Estamos enamorados de Camboya y sobre todo de sus gentes. Son increíbles.
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