martes, 16 de febrero de 2010

Un museo automovilístico

Aparte de carteles propagandísticos, las calles de La Habana y Santiago tienen otro elemento característico que las hacen inconfundibles: su parque automovilístico. Parece como si hubiéramos retrocedido cincuenta años en el tiempo y estuviéramos en Moscú o en Memphis. En sus calles los antiguos coches del Este rivalizan con modelos estadounidenses que harían las delicias de más de un coleccionista.


Estamos ante los mejores mecánicos del mundo porque sin piezas de repuesto y en condiciones ínfimas consiguen que este parque automovilístico del Jurásico se mantenga en marcha. Verles arreglar un motor o parchearlo es la leche. Son capaces de mantener encendido el corazón de un Buick gracias a un tubo de plástico o a una botella de agua.

Me gustaría ver aquí a uno de esos mecánicos con sueldos de directivo que ayudarán a Fernando Alonso a luchar por el Mundial con Ferrari. No ponía en marchar uno estos utilitarios ni en diez días.


Los cubanos le sacan partido al interés que sus míticos autos despiertan en los turistas. A cada paso ves pasar una de estas piezas de museo con varios extranjeros señalando a un lado y a otro mientras el aire agita sus pelos. Es lo que tienen los descapotables, todo se ve.


Después de ver esto tendremos que pensar un poco mal. Cómo es posible que cada dos por tres se estropee nuestro coche, nos claven por piezas originales y a los diez años ya estemos pensando en darle puerta cuando en Cuba, sin piezas ni talleres, coches con más de cincuenta años circulan sin problema. Aquí hay gato encerrado.

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